domingo, 11 de diciembre de 2011

Narración: La cabra de M. Seguín

Os vamos a proponer unos ejercicios de análisis de algunas narraciones cortas para que tengáis ocasión de reflexionar sobre ellas, adentrarse en su esquema y adentrarse en la interpretación de lo que nos quiere comunicar el autor.

NARRACIÓN.-

Estructura:
Planteamiento: “ “


Nos fijaremos si en el planteamiento hay referencias al lugar donde van a desarrollarse los hechos relatados, tiempo, personajes, y la circusntancia que va originar el 'conflicto' que se desarrolla en el nudo.

Lugar:

Tiempo:

Personajes:

Motivación:

Nudo:

Consideraremos los disitntos hechos que lo conforman y su ordenamiento para desentrañar si se disponen en orden cronológico o si se ordenan buscando una escalada de la tensión del relato.

1º hecho

2º hecho

3º hecho

4º ….

Desenlace :

“ “


¿Cómo se resuelve el conflicto?

¿Es un desenlace cerrado o queda en el aire a nuestra imaginación

¿Se nos ofrece algún ejemplo o enseñanza en la narración?

¿Tiene como objeto la narración mostrar alguna conclusión, hacernos pensar, entretenernos?



No abordéis las actividades como un ejercicio más en el que hay que contestar a unas cuestiones, mas como ocasión de jugar con los textos y la imaginación, de proponer interpretaciones originales, de aprovechar la ocasión para expresarse.


LA CABRA DE MONSIEUR SEGUÍN de Alphonse Daudet
(Traducción de J. Andres Luaces Marcado)


A monsieur Pierre Gringoire poeta lírico de Paris


¡Nunca cambiarás mi Pobre Gringoire!
¡Pero, como, te ofrecen un trabajo de cronista en un afamado periódico de París, y tienes la desfachatez de rechazarlo...Pero mírate bien, desgraciado! Mira ese traje raído, ese calzado agujereadoen, ese rostro demacrado que clama hambre. ¡He aquí, sin embargo adónde te ha conducido tu pasión por las bonitas rimas! He aquí para que te han servido los diez años de leales servicios en las páginas de sire Apolo...¿Pero es que ya no tienes vergüenza?
¡Hazte cronista, imbécil! ¡Hazte cronista! Ganarás bonitas monedas de oro. Te pondrán cubierto en casa de Brebant, y podrás lucirte, los días de estreno, con una pluma nueva en tu sombrero.
¿No?,¿que no quieres?...Pretendes permanecer libre hasta el final...Pues muy bien, escucha la historia de la cabra de monsieur Seguín. Ya te darás cuenta de lo que ocurre cuando se quiere vivir en libertad.


Monsieur Seguín nunca había tenido suerte con sus cabras.
Las perdía todas de la misma manera: Un buen día rompían sus cuerdas, y tiraban hacia el monte, y allí arriba el lobo se las comía. Ni las caricias de su amo, ni el miedo al lobo, nada las detenía. Al parecer eran cabras independientes, que deseaban por encima de todo el aire puro de los Alpes y la libertad.
El bueno de monsieur Seguín, que no llegaba a entender el carácter de sus animales, estaba consternado; se decía:
-Se acabó; las cabras se aburren en mi casa, no guardaré a ninguna.
Sin embargo, no llegó a desanimarse y, después de haber perdido seis cabras de la misma manera, llegó a comprar una séptima; Pero esta vez, se cuidó de escogerla jovencita, para que así se acostumbrara mejor a quedarse en su casa.
¡Ah, Gringoire, que bonita era la cabrita de monsieur Seguín! Que bonita era con sus dulces ojos, su barbilla de sub-oficial, sus pezuñas negras y relucientes, sus cuernos anillados y su larga melena blanca que le hacía de hopalanda. Era casi tan encantadora como el cabrito de Esmeralda, ¿Te acuerdas, Gringoire?- y además era dócil, dejándose acariciar y ordeñar, sin meter la pata en la escudilla. Un encanto de cabrita...
Monsieur Seguín tenía detrás de su casa un prado rodeado de un seto. Ahí colocó a la nueva pensionista. La ató a una estaca, en el mejor sitio del prado, teniendo cuidado de dejarle mucha cuerda, y de vez en cuando, venía a comprobar si se encontraba bien. La cabra se hallaba muy a gusto y pacía la hierba con tanto gusto que monsieur Seguín estaba feliz.
-Por fin decía el pobre hombre, ¡Aquí hay una, que por lo menos no se aburrirá en mi casa!
Monsieur Seguín se equivocaba, su cabra se aburrió.

Un día, al mirar la montaña, se dijo:- ¡Que bien se tiene que estar allí arriba. Que alegría de poder retozar en los helechos, sin esta maldita soga que te araña el cuello!...¡Eso de pacer en un prado. está bien para el burro o el buey!...Las cabras necesitamos más espacio.
Desde ese momento, la hierba del prado le resultó insípida. Se apoderó de ella el aburrimiento. Adelgazó, su leche se hizo escasa. Daba pena verla el día entero tirar de su cuerda, la cabeza dirigida hacia el monte, la nariz abierta, gimiendo tristemente ¡Meee!...
Monsieur Seguín se daba bien cuenta de que a su cabra le pasaba algo, pero no sabía lo que era...una mañana al acabar de ordeñarla, la cabra se volvió y le dijo en su jerga:
- Oigame, monsieur Seguín, languidezco aquí. Déjeme ir para el monte.
- ¡Ah, Dios mío... también ella! Se exclamó asombrado monsieur Seguín, dejando caer la escudilla por el susto; luego sentándose en la hierba al lado de la cabra:
-¿Como puede ser, Blanquette, quieres dejarme?
Y Blanquette contestó:
-Sí, monsieur Seguín.
-¿Es que te falta hierba aquí?
-¡Oh! ¡no! Monsieur Seguín.
- Será porque estas atada demasiado corto ; ¿Acaso quieres que te alargue la cuerda?
-No vale la pena, monsieur Seguín
-Luego, qué te hace falta, ¿Qué es lo que quieres?
-Quiero ir para el monte, monsieur Seguín
- Pero, desgraciada, ¿Es que no sabes que allí está el lobo?...¿Que harás cuando te lo encuentres?...
-Le daré con los cuernos monsieur Seguín.
-El lobo se ríe de tus cuernos. Me ha comido cabras con cuernos más grandes que los tuyos...
¿Es que no te acuerdas de la pobre Renaude que estaba aquí el año pasado? Una señora cabra, maliciosa y fuerte como un carnero. Se peleó con el lobo toda la noche...pero, por la mañana el lobo se la comió.
-¡Pobre Renaude!... pero me da igual, monsieur Seguín, déjeme ir al monte.
-¡Bondad divina!...exclamó monsieur Seguín: ¿Pero que es lo que le hacen a mis cabras? Una más que el lobo me va a comer... Pues bien, no me da la gana...¡te salvaré aunque tu no lo quieras, granuja! Y porque temo de que rompas la cuerda, te encerraré en el establo, y ahí te quedarás siempre.
Después de eso, M. Seguín se llevó la cabra a un establo todo oscuro, y cerró la puerta con dos vueltas de llave. Desgraciadamente, se había olvidado de cerrar la ventana; y apenas se dio la vuelta, la cabrita se fue...
¿Te ríes, Gringoire? ¡Claro! Ya lo sé; tú estás del lado de las cabras, y en contra del bueno de monsieur Seguín... ¡Pero vamos a ver si te ríes dentro de un rato.
Cuando la cabrita blanca llegó al monte todo fue alegría general. Nunca los viejos abetos habían vista nada tan bonito. Fue acogida como una pequeña reina. Los castaños se inclinaban a tierra para acariciarla con la punta de sus ramas. Las flores doradas se abrían a su paso, y exhalaban todo el aroma que podían. ¡Todo el monte estaba de fiesta!
Ya te imaginas, Gringoire, ¡lo contenta que estaba nuestra cabra! Había desaparecido la cuerda, la estaca... nada que le impidiera corretear, de pacer a su antojo... Ahí si que había hierba... ¡hasta por encima de los cuernos le llegaba, querido!...¡y que hierba! Sabrosa, fina, parecía encaje, y compuesta de mil plantas...Qué diferencia con el césped del prado. ¡Y luego las flores!...Hermosas campánulas azules, digitales purpúreas de grandes cálices. ¡Todo una selva de flores salvajes rebosantes de sabrosos jugos embriagadores!...
La cabrita blanca, medio borracha, se revolcaba ahí patas arriba rodando por los taludes, mezclada con las hojas muertas y las castañas...y luego se enderezaba de golpe sobre sus patas. ¡Hop!, arrancaba, la cabeza para adelante, campo a través, ahora encima de una loma, ahora en el fondo de un barranco, arriba, abajo...parecía que había diez cabras de monsieur Seguín en el monte.
Es que Blanquette no le tenía miedo a nadie. Atravesaba de un salto grandes torrenteras que le salpicaban al pasar con vapores de agua fresca y de espuma. Luego toda empapada, iba a echarse encima de una roca plana para secarse al sol...Una vez al acercarse al borde de una meseta, una flor de cintia entre los dientes, divisó abajo, abajo del todo, en el llano, la casa de monsieur Seguín, con su prado en la parte trasera. Eso le hizo reír hasta llorar.
-¡Qué pequeñito, dijo. ¿Cómo habré podido caber ahí?
¡Pobrecita!, es que al verse a tanta altura, creía que era por lo menos tan grande como el mundo...
En resumidas cuentas, todo eso fue una magnífica jornada para la cabra de monsieur Seguín. Hacia el medio día, al correr de derechas a izquierdas, se tropezó con un rebaño de rebecos que estaban comiéndose a bocados una lambrusca. Nuestra pequeña andariega con su tocado blanco causó sensación. Se le dio el mejor sitio en la lambrusca, y todos esos señores fueron muy galantes...Se dice también, -eso tiene que quedar entre nosotros, Gringoire,- que un joven rebeco de negro pelaje, tuvo la suerte de gustarle a Blanquette. Los dos enamorados se perdieron en el bosque una o dos horas, y si quieres saber más de lo que se dijeron, pregúntaselo a los arroyos chismosos que corren invisibles entre el musgo.

De pronto el viento se hizo más fresco. La montaña se volvió violácea: Era la tarde...

- ¡Tan pronto ya!, se dijo la cabrita. Y se detuvo asombrada.
Abajo los campos estaban bañados por la bruma. El prado de M. Seguín desaparecía en la niebla, y de la casita solo se veía el tejado con un poco de humo. Escuchó las campanitas de un rebaño que se volvía al establo, y le entró tristeza en el alma...Un búho que volvía, la rozó con sus alas al pasar. Se sobresaltó...luego se oyó un ulular en el monte:
-¡Huuuuuu! ¡Houuuuu!
Se acordó del lobo; en todo el día la locuela no se había acordado...En ese preciso momento se oyó el sonido de un cuerno que venía del fondo del valle. Era el bueno de M. Seguín que intentaba un último esfuerzo por recobrarla.
- ¡Huuuu! ¡Huuuuu!.... hacía el lobo.
- ¡Vuelve! ¡Vuelve!...clamaba el cuerno.
Blanquette tuvo ganas de volver; pero al acordarse de la estaca, la cuerda, la valla del prado, pensó que ahora ya no podía volver a llevar esa vida, y que era mejor no retornar.
El cuerno dejó de sonar...
La cabra oyó detrás de ella un ruido de hojarasca. Se volvió y vio en la sombra dos orejas cortas, completamente erguidas, y dos ojos que relucían...Era el lobo.

Enorme, inmóvil, sentado sobre su cuarto trasero, estaba ahí observando a la cabrita blanca y saboreándola anticipadamente. Como sabía que se la comería, el lobo no tenía ninguna prisa; sólo cuando ella se volvió, se echó a reír maliciosamente.
-¡Ja! ¡ja! ¡ja! ¡La cabrita de M. Seguín! Y se relamió el hocico con su lengua roja.
Blanquette se sintió perdida... Por un momento al acordarse la historia de la vieja Renaude, que combatió toda la noche para ser devorada por la mañana, pensó que quizás valía mejor dejarse comer enseguida; pero luego se rehízo, se puso a la defensiva, la cabeza agachada y los cuernos para adelante, como una valiente cabra de M Seguín que era...No esperaba matar al lobo -Las cabras no matan a los lobos- Pero quería ver si podía resistirlo tanto tiempo como la Renaude...
Entonces, el monstruo se acercó, y los cuernecitos entraron en danza.
¡Ah, la valiente cabrita, con que buena gana combatía! Mas de diez veces, y no miento, Gringoire, obligó al lobo a retroceder para recuperar el aliento. En esas treguas de un minuto, la golosa cogía rápidamente una brizna de su querida hierba; luego volvía al combate con la boca llena...Esto duró toda la noche. De vez en cuando, la cabra de M. Seguín miraba las estrellas bailar en el cielo, diciéndose:
¡Oh! A ver si puedo aguantar hasta el alba...
Una detrás de otra, las estrellas se apagaron. Blanquette redobló las cornadas, el lobo las dentelladas... Una luz pálida apareció en el horizonte ... El canto ronco de un gallo subió desde una granja.
- ¡Por fin!, dijo el pobre animal, que sólo esperaba el día para morir; y se echó por el suelo con su bella pelliza blanca manchada de sangre...
Entonces el lobo se abalanzó sobre la cabrita y se la comió.


¡Adiós, Gringoire!
La historia que te he relatado no es un cuento inventado por mí. Si algún día pasas por la Provenza, nuestros pastores te hablarán a menudo de la cabra de moussu Seguin, que se battégue touto la neui emé lou loup, e piei lou matin lou loup la mangé.

Me has oído bien, Gringoire:
E piei lou matin lou loup la mangé

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si se lee con atención el relato nos daremos cuenta de que en esta narración hay dos cuentos:
-el que nos refiere que el narrador se encuentra con un amigo de aspecto miserable y le pregunta por qué no entra de cronista en un importante periódico. El amigo trata de justificar su negativa y el narrador para convencerlo de que sus razones están equivocadas le relata un apólogo para hacerle ver su equivocación y convencerlo de que acepte el trabajo.
-el cuento de la cabra con su enseñanza.
¿Por qué mezcla los dos relatos? Tratemos de imaginarlos por separado, ¿tienen la misma fuerza convincente? ¿No nos sentimos más implicados al aparecer encajados y no nos resulta más directo el mensaje?
¿Qué nos quiere decir el autor? Que no se puede vivir en libertad? Que no pretendamos ser independientes? Que no pensemos mal de él si ejerce de cronista? Que...